La Vida Es Extraña - Andrea Álvarez Mujica

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El tiempo es un elemento poroso, elástico, que se presta de forma admirable para cierto tipo de manifestaciones que han sido recogidas imaginariamente en la mayoría de los casos por la literatura (Julio Cortázar)

"En las fachadas y en las paredes laterales de los edificios hay carteles luminosos, pantallas con anuncios, neones multicolores, escaparates superpuestos, marquesinas brillantes y gigantografías con propagandas. Leopoldo eleva la vista hacia el final de los rascacielos. Es la culminación del día y la luz azul se impone entre tanto resplandor artificial. Cae una llovizna fina que le da brillo al pavimento. En esa esquina extraña, que no es de Tokio pero que está emparentada con las imágenes de los documentales sobre Tokio, en esa esquina sobrecargada, que remite a las visiones de ciudades futuristas de las películas de los 90, hay un kiosco de diarios, antiguo, trasladado desde Mar del Plata, con el exterior pintado de naranja, las puertas desplegadas, repletas de revistas llamativas, con tapas de papel ilustración de alto gramaje. A los lados, en la vereda, están los exhibidores con grandes mapas cubiertos de plásticos transparentes, salpicados de gotas de lluvia. Mapas de continentes desconocidos. Provincias nunca vistas. Límites que se retuercen siguiendo el curso de un río inexplorado. Pequeños países amontonados en ignotas penínsulas. El kiosquero, apoyado en el mostrador, sonríe rodeado de publicaciones tabloide, en blanco y negro. Es un hombre de mediana edad con surcos alrededor de la boca, arrugas anticipadas por la intemperie. No veo Le Monde Diplomatique, dice Leopoldo. El kiosquero, sin alterar la sonrisa, le alcanza el periódico. Leopoldo paga y lo guarda en el bolso de mano para que no se moje. Se aleja. Tiene que llegar al acto opositor. Necesita las coordenadas. Se supone que van a aparecer en esa esquina, en un parpadeo, en cualquier momento. Oscurece. Los anuncios titilan. Le llega un mensaje de Lucía, siente la vibración y el tono musical. Descubre en su bolsillo otro objeto en lugar del teléfono. Lo mira, lo da vuelta. Es una especie de zip metálico, que tiene su interior expuesto, como si hubiese sido diseñado sin tapa. Leopoldo le busca un visor o una pantalla, no encuentra nada parecido, pero el mensaje de Lucía entró y de alguna manera va a conseguir leerlo más tarde, cuando logre guarecerse de la llovizna y tenga las coordenadas para llegar al acto. Lo vuelve a guardar en el bolsillo. Llueve fuerte.

Se despierta. Suena el portero eléctrico. Se levanta a atender. La voz de Francisca, alegre y avasalladora, le llega acompañada de una música estridente que sale del auricular y que también entra por la ventana, a gran volumen. Francisca en casa, qué extraño. ¿Qué busca? ¿Qué quiere? ¿Por qué aparece después de tanto tiempo?, se pregunta Leopoldo. Ella continúa hablando por el portero eléctrico. ¿Te gusta esta música, Leopolcito? Es lo que estás escuchando en estos días, ¿no?, dice con arrogancia. A Leopoldo le irrita que Francisca crea que sabe cosas de él, aunque no se ven hace años. ¡Claro que no! No es la música que escucho y no me gusta y por favor sacala, bajo a abrirte, dice ofuscado y golpea el auricular contra la base y sale apurado. Cierra la puerta de su casa y siente vértigo. El pasillo se aleja, se extiende. Ve su cara en el espejo del ascensor y se desilusiona, esperaba ver su cara de antes, como si su expresión seria y marcada fuera un error del espejo que en algún momento debía corregirse.

Francisca está en la puerta de calle. Entera como no la veía desde hace tiempo. Sin bastón y balanceando su cuerpo de un pie a otro, impaciente. Su pelo blanco, sedoso y espeso, cae sobre los hombros. Entonces se recuperó, piensa Leopoldo y abre la puerta. La música deja de oírse."

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